José Ramos Bosmediano, miembro investigador de la Red SEPA, ex Secretario General del
SUTEP
El primero de mayo de 1886 se sigue sintiendo y se continúa celebrando como un acontecimiento histórico que no ha perdido vigencia, como si la humanidad estaría cargando con los cadáveres de los líderes asesinados en el cadalso y de las masas acribilladas por las balas del gobierno estadounidense de aquel siglo XIX de acelerado desarrollo capitalista en el país de George Washington, demócrata liberal fundador de los Estados Unidos, y de George W. Bush, republicano neoliberal y continuador del "Destino Manifiesto" de ese mismo siglo que hoy, en pleno siglo XXI, se torna más agresivo, inhumano y expansionista con el Consenso de Washington.
Qué frescas las palabras de los líderes anarquistas sobre la inmortalidad de su sacrificio cuando se encontraban en los últimos segundos de su existencia antes de que cayera sobre su cuerpo enhiesto la daga del capitalista que no aceptaba la "violencia" de la huelga obrera como instrumento de lucha por sus reivindicaciones. Qué vigentes las premoniciones de Carlos Marx y Federico Engels sobre las crecientes desigualdades que crea el sistema capitalista y que impone a la clase obrera situarse al frente, como vanguardia, de la lucha para construir una nueva sociedad, como que hoy, millones siguen gritando frente a los foros de Davos que "un nuevo mundo es posible".
El primero de mayo de 1886 reivindicó la lucha de las mujeres del 8 de marzo de 1859 por la jornada laboral de las 8 horas, lográndola en los Estados Unidos y prendiendo la chispa para luchas posteriores en cada uno de los demás países por esa gran reivindicación que acaso, por el desconocimiento de las motivaciones históricas, se la considera como un hecho simplemente cotidiano en cada aniversario, a tal punto que para el calendario cívico escolar de muchas naciones latinoamericanas sigue siendo el inocente "día del trabajo", del trabajo "intelectual" y del trabajo "manual", como la demagogia de los socialdemócratas clasifican a los trabajadores, tratando de borrar el contenido de clase del trabajo proletario en las condiciones de la sobreexplotación capitalista; "trabajadores manuales e intelectuales" que Haya de la Torre en el Perú suscribió con la clara convicción de su identidad con el orden capitalista y con el imperialismo "que trae progreso" a nuestros países.
El primero de mayo de 1886 creó las condiciones prácticas para la unidad proletaria contra la explotación capitalista, más allá de la conquista de las 8 horas y de las demás reivindicaciones que son posibles de conquistar sin desmoronar el orden burgués. Los capitalistas del siglo XIX estaban persuadidos del carácter histórico de la lucha obrera y por eso ordenaron la masacre preventiva de los dirigentes más conscientes del papel histórico del proletariado internacional, de su aún ideología anarquista que daba al movimiento su carácter impetuoso y radical. La burguesía no se equivocó en su objetivo de acabar con el movimiento, pero se equivocó al no lograrlo, pues durante todo el fin del siglo XIX el movimiento obrero siguió desarrollándose en casi todo el mundo, ya no solamente bajo la influencia del anarquismo y anarco-sindicalismo, sino bajo el creciente impulso del movimiento obrero organizado por los socialistas del Manifiesto Comunista de 1848, de Carlos Marx y Federico Engels, cuyas dos primeras líneas trazan la más clara perspectiva de un nuevo período de la lucha de clases: "Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo"; y completando mejor la idea de la futura confrontación: "Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma: el Papa y el zar, Meternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes".
Ya no están esos viejos representantes del capitalismo y de la burguesía, pero por lo que representaban tienen hoy su presencia en un conjunto de credos religiosos que se han adaptado a las nuevas condiciones para mantener sus privilegios y expresar su conservadurismo a través del fundamentalismo más agresivo. No hay mucha diferencia entre la política zarista de exterminio a los luchadores sociales de fines del siglo XIX y principios del siglo XX en Rusia con la "guerra preventiva" y las invasiones en el Medio Oriente del gobierno de los Bush y Cía. La diplomacia y la defensa del orden burgués de los Meternich y los Guizot se reflejan bien en la complicidad de los que manejan hoy la ONU, la OEA y los intereses del bloque de la Unión Europea (UE), encubridores de la política imperialista de los Estados Unidos. Los radicales franceses del siglo XIX se reflejan mejor en todos los matices de la social democracia que pregonan hoy la "humanización" del capitalismo o la "profundización" de la democracia burguesa y su "voto universal" para seguir dejando intacto el actual orden mundial. La máquina del Estado burgués sigue apuntalada por soldados y policías masacrando a la clase obrera que lucha por los derechos que las propias constituciones burguesas incluyen en su demagógico contenido.
Para los ideólogos y para los denominados "lideres de opinión" que desde el periodismo se dedican a echar flores a la libre empresa y al libre mercado, al tiempo que pregonan el hundimiento del socialismo como doctrina y como futuro de la humanidad, por tanto que pretenden negar el papel de la clase obrera como protagonista de un nuevo sistema social, no hay más que alinearse con las normas de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y de los TLC, someterse a las leyes laborales que cercenan derechos conquistados hace tiempo, vivir domesticado bajo las costumbres de la más grosera cultura del entretenimiento embrutecedor y consumista. Si reflexionamos sobre los valores y modas que el capitalismo actual impone y difunde para las 3 cuartas partes de la humanidad, nos convencemos de la mundialización de su dinámica y de los intereses de la burguesía, que hoy con el nombre de globalización se expande a los lugares más lejanos subyugando a las sociedades nacionales a la cadena de las transnacionales, recordándonos, nuevamente, lo señalado por el Manifiesto Comunista de 1848: "Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía dio un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países".
¿Cómo puede ser posible que un sistema que explota a millones de trabajadores y parias y somete a los países más débiles a la lógica devoradora de las transnacionales puede ser capaz de reformarse a sí mismo y sacar de su charca mejores condiciones de existencia? Creer en esa especie de "milagro" es considerar que el esclavismo liberó a los esclavos por su propia comprensión y voluntad y no por las inmensas y numerosas rebeliones de los esclavos en cada uno de los estados esclavistas de Oriente y de la Europa de los césares; o decir también que los campesinos siervos de la gleba no conquistaron su derecho a la libertad y a la tierra por su lucha sino por la sacrosanta voluntad de los señores feudales. Pero en el mundo capitalista de hoy, contradiciendo la lógica de la historia, se yerguen las voces que proclaman la eternidad del orden burgués. En todas partes hay fukuyamas que pregonan la desaparición del socialismo y la inevitabilidad del capitalismo como lo único posible y al cual hay que adherirse para conquistar el reino del bienestar.
El siglo XX ha sido testigo de que la historia tiene un rumbo diferente al período en el que el capitalismo impuso su dominio mundial. Que no solamente la burguesía era capaz de haber derrotado a la vieja nobleza feudal y conservadora que hasta se asustaba frente a los avances de la industria, de la tecnología y de los descubrimientos científicos de Darwin. También la clase obrera impulsó cambios importantes en muchos países bajo las banderas del socialismo, sin dejar de seguir luchando por sus derechos como clase productora. Que la Comuna de Paris de 1871 haya sido derrotada; que la primera experiencia de construcción socialista en Europa haya sido destruida para dar paso a la involución capitalista; que las experiencias socialistas actuales carezcan aún de la fuerza suficiente para abrirse paso como alternativa mundial del desarrollo de la humanidad, no pueden negar la fuerza obrera como factor principal de las conquistas sociales del siglo XX. La clase obrera no está al margen de la lucha antiglobalización ni de los movimientos de resistencia al neoliberalismo en cada uno de los países. Es la fuerza obrera de América Latina, con su lucha permanente aunque muchas veces desarticulada, la que impulsa la tendencia progresista que pone en peligro los privilegios de la gran burguesía internacional y sus transnacionales del petróleo, el gas, los recursos forestales y acuíferos, del monocultivo para el biocombustible, de la minería metálica, y de la fuerza obrera barata y descartable.
El primero de mayo del 2007 en América Latina y el mundo ha sido un nuevo acontecimiento de combate, en Alemania como en los Estados Unidos, en Brasil como en Chile, en Turquía como en España, y principalmente en Cuba con una conciencia elevada del papel de la clase obrera en la construcción del socialismo en condiciones desfavorables frente a un criminal y prolongado bloqueo económico por la mayor potencia capitalista actual. Esa fuerza de reserva que constituyen en Estados Unidos los millones de inmigrantes latinoamericanos, sometidos a la explotación en el país de la "democracia", al lado de los estudiantes, han dado una batalla importante demostrando que el sistema capitalista es incapaz de resolver los problemas más elementales de la supervivencia.
En el Perú la clase obrera está en lucha y el primero de mayo de este año tiene en el proletariado minero, nuevamente, a su protagonista principal, renaciendo de un prolongado reflujo al que le obligó la vorágine capitalista neoliberal pero también la inexistencia de una conducción clasista organizada con perspectiva socialista, carencia que se observa en la actual situación de la lucha de clases en nuestro país. Cualquier manipulación política del movimiento minero en huelga por el actual régimen aprista, defensor del programa neoliberal cuya consolidación constituye su mayor propósito, será el producto de esa falta de conducción clasista y de la fuerza que el Estado neoliberal tiene para defender a las transnacionales de la minería. El adormecimiento y la lumpenización de un sector proletariado urbano de la construcción civil no son ajenos a su conducción conciliadora, puesta de manifiesto hoy en la presencia del Primer Ministro Jorge del Castillo en los actos de "homenaje" a los mártires de la clase obrera peruana, concesión de profundo contenido ideológico cuando el gobierno aprista es el gobierno que defiende con mayor fuerza a los capitalistas más explotadores y depredadores del país: la burguesía minera. No es diferente la situación de los trabajadores estatales, especialmente de los docentes, cuya derrota reciente está ligada a tácticas concesivas y de innegable contenido oportunista, que felizmente no ha calado en los maestros de base en las regiones y provincias del país, cuya resistencia será fundamental frente a la reforma neoliberal fujimorista que el gobierno aprista sigue desarrollando con el paraguas de ciertos intelectuales ligados a la ideología socialdemócrata y a la pedagogía confesional y privatizadora
Es importante reconocer la lucha de los trabajadores por sus reivindicaciones económicas y sus derechos sindicales, por el incremento de sus salarios y mejores condiciones de trabajo; pero es insuficiente. A la burguesía le parece hasta "justos" los reclamos de los trabajadores aunque se niega a satisfacerlos si estos no desarrollan la lucha sindical. Pero al mismo tiempo niegan a la clase obrera la lucha política, buscando confinarla a la mera lucha económica. Los periódicos de la burguesía "celebran" también el "día del trabajo" y piden a los trabajadores que sigan trabajando por el "progreso del país".
El sindicalismo libre, así como el reformista socialdemócrata, con sus celebraciones al lado de los representantes de la burguesía, embotan más la conciencia de los trabajadores impidiéndoles avanzar hacia posiciones conscientes de clase y de lucha por la transformación revolucionaria de la sociedad.
Cada vez que el capitalismo asume nuevas estrategias o modelos de dominio sobre las clases explotadas y sobre las naciones y pueblos oprimidos, se hace más necesaria la lucha por el socialismo, por esa lucha que el Amauta José Carlos Mariátegui definió como por "el pan y la belleza".
El capitalismo o el socialismo -lo señaló el Amauta, sigue siendo el dilema en este siglo XXI que sigue siendo parte del período del imperialismo y la revolución proletaria. Esta convicción debiera de formar parte de la educación obrera y de su lucha.
La alternativa socialista proletaria es una tarea pendiente como continuidad del legado de Mariátegui y de la lucha obrera revolucionaria y de las luchas populares, de las cuales la lucha campesina constituye un factor importante de las grandes batallas del pueblo peruano.
La unidad proletaria constituye una tarea vigente en nuestro país y en toda Latinoamérica. La organización política de los proletarios también, como la base más sólida del frente único revolucionario para la conquista del poder popular y la transformación social con rumbo socialista.
Es necesario resaltar y saludar a los trabajadores y a los pueblos de Venezuela, Ecuador, Bolivia, Argentina, Brasil, Nicaragua y Uruguay por su papel en el avance de una nueva alternativa que es la tendencia fundamental en América Latina. Especial homenaje merecen los trabajadores y el pueblo cubanos por su heroica defensa del socialismo y su confrontación con el imperialismo estadounidense.
¡ Viva el Primero de Mayo !
¡ Viva la lucha por el Socialismo !
Lima, mayo del 2007.
SUTEP
El primero de mayo de 1886 se sigue sintiendo y se continúa celebrando como un acontecimiento histórico que no ha perdido vigencia, como si la humanidad estaría cargando con los cadáveres de los líderes asesinados en el cadalso y de las masas acribilladas por las balas del gobierno estadounidense de aquel siglo XIX de acelerado desarrollo capitalista en el país de George Washington, demócrata liberal fundador de los Estados Unidos, y de George W. Bush, republicano neoliberal y continuador del "Destino Manifiesto" de ese mismo siglo que hoy, en pleno siglo XXI, se torna más agresivo, inhumano y expansionista con el Consenso de Washington.
Qué frescas las palabras de los líderes anarquistas sobre la inmortalidad de su sacrificio cuando se encontraban en los últimos segundos de su existencia antes de que cayera sobre su cuerpo enhiesto la daga del capitalista que no aceptaba la "violencia" de la huelga obrera como instrumento de lucha por sus reivindicaciones. Qué vigentes las premoniciones de Carlos Marx y Federico Engels sobre las crecientes desigualdades que crea el sistema capitalista y que impone a la clase obrera situarse al frente, como vanguardia, de la lucha para construir una nueva sociedad, como que hoy, millones siguen gritando frente a los foros de Davos que "un nuevo mundo es posible".
El primero de mayo de 1886 reivindicó la lucha de las mujeres del 8 de marzo de 1859 por la jornada laboral de las 8 horas, lográndola en los Estados Unidos y prendiendo la chispa para luchas posteriores en cada uno de los demás países por esa gran reivindicación que acaso, por el desconocimiento de las motivaciones históricas, se la considera como un hecho simplemente cotidiano en cada aniversario, a tal punto que para el calendario cívico escolar de muchas naciones latinoamericanas sigue siendo el inocente "día del trabajo", del trabajo "intelectual" y del trabajo "manual", como la demagogia de los socialdemócratas clasifican a los trabajadores, tratando de borrar el contenido de clase del trabajo proletario en las condiciones de la sobreexplotación capitalista; "trabajadores manuales e intelectuales" que Haya de la Torre en el Perú suscribió con la clara convicción de su identidad con el orden capitalista y con el imperialismo "que trae progreso" a nuestros países.
El primero de mayo de 1886 creó las condiciones prácticas para la unidad proletaria contra la explotación capitalista, más allá de la conquista de las 8 horas y de las demás reivindicaciones que son posibles de conquistar sin desmoronar el orden burgués. Los capitalistas del siglo XIX estaban persuadidos del carácter histórico de la lucha obrera y por eso ordenaron la masacre preventiva de los dirigentes más conscientes del papel histórico del proletariado internacional, de su aún ideología anarquista que daba al movimiento su carácter impetuoso y radical. La burguesía no se equivocó en su objetivo de acabar con el movimiento, pero se equivocó al no lograrlo, pues durante todo el fin del siglo XIX el movimiento obrero siguió desarrollándose en casi todo el mundo, ya no solamente bajo la influencia del anarquismo y anarco-sindicalismo, sino bajo el creciente impulso del movimiento obrero organizado por los socialistas del Manifiesto Comunista de 1848, de Carlos Marx y Federico Engels, cuyas dos primeras líneas trazan la más clara perspectiva de un nuevo período de la lucha de clases: "Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo"; y completando mejor la idea de la futura confrontación: "Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma: el Papa y el zar, Meternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes".
Ya no están esos viejos representantes del capitalismo y de la burguesía, pero por lo que representaban tienen hoy su presencia en un conjunto de credos religiosos que se han adaptado a las nuevas condiciones para mantener sus privilegios y expresar su conservadurismo a través del fundamentalismo más agresivo. No hay mucha diferencia entre la política zarista de exterminio a los luchadores sociales de fines del siglo XIX y principios del siglo XX en Rusia con la "guerra preventiva" y las invasiones en el Medio Oriente del gobierno de los Bush y Cía. La diplomacia y la defensa del orden burgués de los Meternich y los Guizot se reflejan bien en la complicidad de los que manejan hoy la ONU, la OEA y los intereses del bloque de la Unión Europea (UE), encubridores de la política imperialista de los Estados Unidos. Los radicales franceses del siglo XIX se reflejan mejor en todos los matices de la social democracia que pregonan hoy la "humanización" del capitalismo o la "profundización" de la democracia burguesa y su "voto universal" para seguir dejando intacto el actual orden mundial. La máquina del Estado burgués sigue apuntalada por soldados y policías masacrando a la clase obrera que lucha por los derechos que las propias constituciones burguesas incluyen en su demagógico contenido.
Para los ideólogos y para los denominados "lideres de opinión" que desde el periodismo se dedican a echar flores a la libre empresa y al libre mercado, al tiempo que pregonan el hundimiento del socialismo como doctrina y como futuro de la humanidad, por tanto que pretenden negar el papel de la clase obrera como protagonista de un nuevo sistema social, no hay más que alinearse con las normas de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y de los TLC, someterse a las leyes laborales que cercenan derechos conquistados hace tiempo, vivir domesticado bajo las costumbres de la más grosera cultura del entretenimiento embrutecedor y consumista. Si reflexionamos sobre los valores y modas que el capitalismo actual impone y difunde para las 3 cuartas partes de la humanidad, nos convencemos de la mundialización de su dinámica y de los intereses de la burguesía, que hoy con el nombre de globalización se expande a los lugares más lejanos subyugando a las sociedades nacionales a la cadena de las transnacionales, recordándonos, nuevamente, lo señalado por el Manifiesto Comunista de 1848: "Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía dio un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países".
¿Cómo puede ser posible que un sistema que explota a millones de trabajadores y parias y somete a los países más débiles a la lógica devoradora de las transnacionales puede ser capaz de reformarse a sí mismo y sacar de su charca mejores condiciones de existencia? Creer en esa especie de "milagro" es considerar que el esclavismo liberó a los esclavos por su propia comprensión y voluntad y no por las inmensas y numerosas rebeliones de los esclavos en cada uno de los estados esclavistas de Oriente y de la Europa de los césares; o decir también que los campesinos siervos de la gleba no conquistaron su derecho a la libertad y a la tierra por su lucha sino por la sacrosanta voluntad de los señores feudales. Pero en el mundo capitalista de hoy, contradiciendo la lógica de la historia, se yerguen las voces que proclaman la eternidad del orden burgués. En todas partes hay fukuyamas que pregonan la desaparición del socialismo y la inevitabilidad del capitalismo como lo único posible y al cual hay que adherirse para conquistar el reino del bienestar.
El siglo XX ha sido testigo de que la historia tiene un rumbo diferente al período en el que el capitalismo impuso su dominio mundial. Que no solamente la burguesía era capaz de haber derrotado a la vieja nobleza feudal y conservadora que hasta se asustaba frente a los avances de la industria, de la tecnología y de los descubrimientos científicos de Darwin. También la clase obrera impulsó cambios importantes en muchos países bajo las banderas del socialismo, sin dejar de seguir luchando por sus derechos como clase productora. Que la Comuna de Paris de 1871 haya sido derrotada; que la primera experiencia de construcción socialista en Europa haya sido destruida para dar paso a la involución capitalista; que las experiencias socialistas actuales carezcan aún de la fuerza suficiente para abrirse paso como alternativa mundial del desarrollo de la humanidad, no pueden negar la fuerza obrera como factor principal de las conquistas sociales del siglo XX. La clase obrera no está al margen de la lucha antiglobalización ni de los movimientos de resistencia al neoliberalismo en cada uno de los países. Es la fuerza obrera de América Latina, con su lucha permanente aunque muchas veces desarticulada, la que impulsa la tendencia progresista que pone en peligro los privilegios de la gran burguesía internacional y sus transnacionales del petróleo, el gas, los recursos forestales y acuíferos, del monocultivo para el biocombustible, de la minería metálica, y de la fuerza obrera barata y descartable.
El primero de mayo del 2007 en América Latina y el mundo ha sido un nuevo acontecimiento de combate, en Alemania como en los Estados Unidos, en Brasil como en Chile, en Turquía como en España, y principalmente en Cuba con una conciencia elevada del papel de la clase obrera en la construcción del socialismo en condiciones desfavorables frente a un criminal y prolongado bloqueo económico por la mayor potencia capitalista actual. Esa fuerza de reserva que constituyen en Estados Unidos los millones de inmigrantes latinoamericanos, sometidos a la explotación en el país de la "democracia", al lado de los estudiantes, han dado una batalla importante demostrando que el sistema capitalista es incapaz de resolver los problemas más elementales de la supervivencia.
En el Perú la clase obrera está en lucha y el primero de mayo de este año tiene en el proletariado minero, nuevamente, a su protagonista principal, renaciendo de un prolongado reflujo al que le obligó la vorágine capitalista neoliberal pero también la inexistencia de una conducción clasista organizada con perspectiva socialista, carencia que se observa en la actual situación de la lucha de clases en nuestro país. Cualquier manipulación política del movimiento minero en huelga por el actual régimen aprista, defensor del programa neoliberal cuya consolidación constituye su mayor propósito, será el producto de esa falta de conducción clasista y de la fuerza que el Estado neoliberal tiene para defender a las transnacionales de la minería. El adormecimiento y la lumpenización de un sector proletariado urbano de la construcción civil no son ajenos a su conducción conciliadora, puesta de manifiesto hoy en la presencia del Primer Ministro Jorge del Castillo en los actos de "homenaje" a los mártires de la clase obrera peruana, concesión de profundo contenido ideológico cuando el gobierno aprista es el gobierno que defiende con mayor fuerza a los capitalistas más explotadores y depredadores del país: la burguesía minera. No es diferente la situación de los trabajadores estatales, especialmente de los docentes, cuya derrota reciente está ligada a tácticas concesivas y de innegable contenido oportunista, que felizmente no ha calado en los maestros de base en las regiones y provincias del país, cuya resistencia será fundamental frente a la reforma neoliberal fujimorista que el gobierno aprista sigue desarrollando con el paraguas de ciertos intelectuales ligados a la ideología socialdemócrata y a la pedagogía confesional y privatizadora
Es importante reconocer la lucha de los trabajadores por sus reivindicaciones económicas y sus derechos sindicales, por el incremento de sus salarios y mejores condiciones de trabajo; pero es insuficiente. A la burguesía le parece hasta "justos" los reclamos de los trabajadores aunque se niega a satisfacerlos si estos no desarrollan la lucha sindical. Pero al mismo tiempo niegan a la clase obrera la lucha política, buscando confinarla a la mera lucha económica. Los periódicos de la burguesía "celebran" también el "día del trabajo" y piden a los trabajadores que sigan trabajando por el "progreso del país".
El sindicalismo libre, así como el reformista socialdemócrata, con sus celebraciones al lado de los representantes de la burguesía, embotan más la conciencia de los trabajadores impidiéndoles avanzar hacia posiciones conscientes de clase y de lucha por la transformación revolucionaria de la sociedad.
Cada vez que el capitalismo asume nuevas estrategias o modelos de dominio sobre las clases explotadas y sobre las naciones y pueblos oprimidos, se hace más necesaria la lucha por el socialismo, por esa lucha que el Amauta José Carlos Mariátegui definió como por "el pan y la belleza".
El capitalismo o el socialismo -lo señaló el Amauta, sigue siendo el dilema en este siglo XXI que sigue siendo parte del período del imperialismo y la revolución proletaria. Esta convicción debiera de formar parte de la educación obrera y de su lucha.
La alternativa socialista proletaria es una tarea pendiente como continuidad del legado de Mariátegui y de la lucha obrera revolucionaria y de las luchas populares, de las cuales la lucha campesina constituye un factor importante de las grandes batallas del pueblo peruano.
La unidad proletaria constituye una tarea vigente en nuestro país y en toda Latinoamérica. La organización política de los proletarios también, como la base más sólida del frente único revolucionario para la conquista del poder popular y la transformación social con rumbo socialista.
Es necesario resaltar y saludar a los trabajadores y a los pueblos de Venezuela, Ecuador, Bolivia, Argentina, Brasil, Nicaragua y Uruguay por su papel en el avance de una nueva alternativa que es la tendencia fundamental en América Latina. Especial homenaje merecen los trabajadores y el pueblo cubanos por su heroica defensa del socialismo y su confrontación con el imperialismo estadounidense.
¡ Viva el Primero de Mayo !
¡ Viva la lucha por el Socialismo !
Lima, mayo del 2007.
Conferencia presentada el año pasado, en un evento organizado por la Casa de la Amistad - Cajamarca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario